domingo, 1 de abril de 2012

Lacan, el charlacán

En esta larga serie de post sobre pseudopsicología, omitir al menos un artículo completo dedicado a Lacan es algo que no podía durar. Aunque frente a Freud se alzan los partidarios de la investigación científica y los críticos con las pseudociencias, a Lacan le llueven los palos también desde sus propias filas, por lo que a estas alturas, si siguiera vivo debería tener los huesos de goma.

Lacan es un caso no tan singular dentro del mundo de fantasía de los psicoanalistas como muchos de sus admiradores afirman y difunden a cuantas orejas de oveja les quieran oír o incluso escuchar. Otros antes de él, como Adler, Reich o Jung, estuvieron en la misma situación, siendo atacados por el establishment freudiano hasta cansarse.

El motivo de esta guerra fraticida entre charlatanes se debe entre otras cosas a que Lacan había sabido leer correctamente las obras de Freud, y no ningún otro de los adeptos. Él, solo él y nadie más que él. Y claro, eso pica. Circuló mucho por Internet también unas afirmaciones de Lacan que igual están relacionadas, sobre la práctica de la "terapia" psicoanalítica:
"Nuestra práctica es una estafa, fanfarronear, hacer pestañear a la gente, deslumbrarla con palabras rebuscadas... Desde el punto de vista ético es insostenible nuestra profesión; es por eso que me enferma, porque tengo un Superyó como todo el mundo... De lo que se trata es de saber si Freud es, sí o no, un acontecimiento histórico. Yo creo que fracasó en lo que quería hacer. Le pasó como a mí, en poco tiempo a todo el mundo el psicoanálisis le importará un carajo."

Esto lo dijo en una conferencia pronunciada en Bruselas el 26 de febrero de 1977 y publicada en "Le Nouvel Observateur", Edición Número 880, Página 88. Y eso que él era un incondicional del timoanálisis, pero por lo visto se sentía tan aupado por sus devotos incondicionales que consideró que podía permitirse confesiones semejantes, después de todo el nivel de dependencia de sus seguidores con respecto a él era (es) tal que aunque se explayara insultándoles, ahí habrían seguido, discutiendo sobre el verdadero y oculto (solo para iniciados) sentido de sus palabras. En cualquier caso al resto de los obispos de la Iglesia no les gustó el que después de tanto tiempo creando la parafernalia psicoanalítica, llegara él y les dejara con el culo al aire solo por su exceso de iluminación.

Puede leerse algo más sobre el tema en http://hipotesis-carolus.blogspot.com.es/2007/04/lacan-o-la-virtud-de-una-estafa-que-no.html

Con ocasión de su fallecimiento en 1981, Carlos Castilla del Pino, médico psiquiatra, director del Hospital Psiquiátrico de Córdoba, y como se deduce del texto completo, disponible en http://elpais.com/diario/1981/09/16/cultura/369439203_850215.html, no un particularmente radical crítico del freudismo, publicó un texto en el diario El País del 16 de septiembre de 1981 del que extraigo algunas citas:
Jacques Lacan ha muerto oportunamente, cuando majaderos que hasta hace unos meses, no podían ni estornudar sin decir ¡Lacan!, dejaban ya de citarle para así mantener el tipo intelectual que conviene en la Francia de 1981. Desfasados respecto de ella, comenzará a ocurrir en España, Argentina (o, mejor, entre los argentinos de España), México, etcétera, cuando se enteren. En Italia, más listos y más al día, la descitación se inició incluso antes que en la propia Francia. Por lo demás, no es este un hecho inusual. ¿Qué ha sido de Sartre?, ¿qué de Levi-Strauss?, ¿qué de Althusser? O, más recientemente, ¿qué de Deleuze y Guatari, los cuales, al decir de su momento (no más de hace seis años), habían escrito «lo más importante después de Freud»?

Otras citas en las que considero agudas y acertadas las observaciones de Castilla del Pino sobre Lacan y los lacanianos, serían:

El inicial declive que Lacan sufría, como su opuesto, el clímax penúltimo en la Europa de la bobería, es ante todo un hecho social a interpretar. Sin ninguna relación con la descomposición de L’Ecole, sino con algo mucho más complejo -la actual conversión del producto cultural en manufactura- y más simple por otra, la utilización en masa del producto cultural en símbolo de situación. Las manufacturas Lacan se han vendido, pero que muy bien, por habilidosos que envidiarían agentes de Tarrasa o Sabadell, por pragmáticos de toda laya, titulados como el-que-sabe-loque-Lacan-quiere-decir-cuandohabla, bajo supuestos nihil obstat que el propio Lacan parecía repartir. El dinero dejó de ser significante metafórico de la mierda para irse derecha, valiente y literalmente a él.

Lacan no estuvo exento ni mucho menos de responsabilidad en esto que acaeció y de lo cual comienza a ser víctima. Se constituyó en la Esfinge, en aquel que sabía del lenguaje del inconsciente porque hablaba el inconsciente como el francés, y naturalmente precisaba de mediadores e intérpretes para el resto de los humanos. El lenguaje de los lacanianos -el charlacaneo de Mario Bunge, el lacanear que, como verbo de la primera conjugación, introdujo el que esto escribe -era divertido: todo podía ser dicho porque nada era, como en el peor galimatías en que a veces nos sume Hegel.

Sobra decir que, tras ser publicado ese texto en el períodico, se le lanzaron a la yugular en un decir ¡Lacan! multitud de seguidores de la causa lacanista.

Lacan es también recordado por ser uno de los protagonistas, junto su discípula, Kristeva, del libro Imposturas intelectuales (1997) de Alan Sokal y Jean Bricmont. Analizan estos autores principalmente el burdo e indigerible intento de Lacan de mezclar matemáticas y psicoanálisis (es famoso su "cálculo" según el cual equipara en funciones el órgano eréctil masculino a la raíz cuadrada de menos 1, ¡ahí es nada!), pero Sokal y Bricmont demuestran que Lacan emplea analogías entre ambas materias, el psicoanálisis y las matemáticas, de una forma totalmente arbitraria y gratuíta, al objeto de dotar a su pseupsicología de un ropaje científico. Puro misticismo laico. Y los habitualmente fanatizados lectores de Lacan, que ni idea tienen de ciencia, ni ganas, que para eso son psicoanalistas, tragan sin rechistar.